Castillo de Cea: Piedras del Orgullo

Una piedra sobre otra y bajo los arcos puertas. Todavía es una mole imponente que nos habla de su antiguo poderío, de su afán por vigilar campos interminables.

Queremos imaginar como fue en su esplendor, pero no tenemos su imagen exacta.

Cualquier poblador de esta tierra imagina su pueblo con los ojos cerrados y lo primero que ve, es esa reunión de piedras hacia el cielo, encaramada sobre el castro y reinando sobre unos tejados que se saben protegidos.


Si subes hasta la planicie que lo alberga, casi podrás oír el choque de los aceros, la alarma ante la invasión, los gritos de los defensores, los lamentos de los prisioneros. Y a tus pies la paz.


Te sentirás el señor que asegura la vida cotidiana de los vecinos, oirás la música del canto de los gallos, el ladrido de los perros, las voces de las gentes, el bullir de los sueños entre los adobes.

A tu izquierda la paz del cementerio con las flores marchitas, la iglesia que comparte las piedras del castillo y las labores de vigilancia.

Asomado a las almenas descubrirás que los campos no terminan nunca, verás agitarse en la primavera el mar de olas verdes.

Como las águilas, verás la copa de los árboles desde arriba, escoltando un río, que antes te defendía y hoy te acosa.


Si alguna vez has visto estas piedras, sabes que no puedes concebir el paisaje sin su castillo, sería como imaginar un jardín roturado y reseco.

No pueden concebir las gentes, el andar por los campos fecundos sin la referencia de las piedras en lo alto y en el centro de los puntos cardinales, como una estrella polar que orienta en la llanura.

Son piedras que hablan de nosotros porque nos conocen y nosotros las conocemos. No en vano nos han acompañado en las noches de agosto, soportando la lluvia de perseidas, han visto amanecer con nosotros después de las fiestas que nos reúnen y nosotros hemos pintado en ellas corazones.

Parecen los despojos de un viejo abuelo al que hay que cuidar hasta su muerte, escuchar sus historias y disfrutar de su herencia en vida.

Porque cuando la última piedra se derrumbe y nuestros ojos quieran ver lo que nuestra gente vio durante siglos ¿a donde miraremos?
Fuente: Luis Ángel Díez Lazo en LA TAPIA DEL TAPIERO

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